La regla de Cristo llega más al grano que la ley de no matar del Antiguo Testamento. Moisés dijo: “No matarás”, pero Jesús trata con la raiz del problema del homicidio: el enojo. No trata sólo con el acto físico, sino con lo que hay en el corazón. La ley de Cristo exige que amemos al prójimo.