El retorno del rebelde

Si alguno ha fallado a la hora de criar hijos cristianos, obedientes y respetuosos, aún hay esperanza. No solo a Elías se le encomendó el ministerio de hacer volver el corazón de los padres a sus hijos y el corazón de los desobedientes a la sabiduría y justicia.

E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
Lucas 1:17

Si alguno ha fallado a la hora de criar hijos cristianos, obedientes y respetuosos, aún hay esperanza. No solo a Elías se le encomendó el ministerio de hacer volver el corazón de los padres a sus hijos y el corazón de los desobedientes a la sabiduría y justicia. Ciertamente, Malaquías 4:6 y Lucas 1:17 describen la comisión de Juan el Bautista en estos términos. Sin embargo, es el llamado del evangelio hoy día tanto como lo era cuando Juan se lanzó a predicar el arrepentimiento.

¿Por qué no todos los hijos escogen el bien? Me refiero a hijos que han gozado de una crianza cristiana. En primer lugar, se debe a que todos nacen con la naturaleza pecaminosa y cada uno tiene el libre albedrío. Además, se complica por el hecho de que ningún padre es perfecto. Por lo tanto, cada padre desempeña su trabajo de manera imperfecta.

A pesar de que nadie es perfecto, hay que seguir los ideales bíblicos para la crianza de los hijos. Cuando tu hijo no escoge el bien, es necesario reflexionar y considerar en qué has fallado para entonces volver a dichos ideales en esas áreas.

El primer campo misionero de los padres es el hogar. Ante todo, es nuestra responsabilidad crear el ambiente y proveer la enseñanza, el ejemplo y la disciplina que guíen a nuestros hijos a Cristo. Cuando fallan nuestros esfuerzos, debemos examinar nuestros fracasos y volver a intentarlo. De eso se trata este escrito.

El arrepentimiento

El mensaje de Juan fue “¡Arrepiéntete!”, y el método para rehabilitar a los rebeldes también comienza con el arrepentimiento. Te engañas si buscas u ofreces un camino más fácil.

¿Estás ansioso por aprender qué puedes hacer para encaminar a tu hijo rebelde al arrepentimiento? Sin excepción, los padres deben conocer el arrepentimiento primero. Quizá te parezca que esto no concuerda con lo que hayas aprendido en la parábola del hijo pródigo.2 El padre no había errado. Al parecer, lo hizo todo bien. Únicamente el hijo pródigo tuvo que arrepentirse.

Algunas parábolas de Jesús recuentan eventos históricos; otras representan ideales. Lo que Jesús nos dice acerca del padre del hijo pródigo —sea persona histórica o no— representa un ideal. Nosotros no alcanzamos esos ideales. Además, en la parábola del hijo pródigo, el padre representa a Dios.

Ya que ninguno es perfecto, Juan propone volver el corazón del padre hacia sus hijos —propone arrepentimiento— antes de ofrecer esperanza de que el corazón de los hijos se vuelva a los padres. El padre del hijo pródigo quizá representa un ideal. Cuanto más te acerques a ese ideal por medio del arrepentimiento, más probable es que tu hijo rebelde vuelva en sí y diga: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18).

Cuando sugiero que necesitas arrepentimiento, no te pido que dudes de tu salvación. Sencillamente sugiero que tal vez tengas que dar la vuelta —significado sucinto de arrepentirse— y dejar algunos de los conceptos y métodos que has utilizado para criar a los niños y tratar con los jóvenes. No estoy diciendo que los padres son los rebeldes y que los hijos tienen toda la razón. Sin embargo, si sigues cuidadosamente el estudio de los principios bíblicos de este escrito, puede ser que tu responsabilidad se aclare más que los errores de tu hijo.

Aunque tengas más razón que tu hijo, siempre puedes descubrir que estabas en error antes de que él o ella cayera en error. Además, las faltas de tu hijo te causaron heridas profundas, pero tus errores causaron tropiezos aun más graves. Posiblemente descubras que tu hijo muchas veces solo hirió tu orgullo, mientras que tú, por ofender a “un pequeño”, pusiste en peligro su salvación y cometiste el pecado que Cristo condena con más severidad (Mateo 18:6). Entre tanto que el Espíritu Santo te lleva al valle de decisión, escoge con cuidado entre el bien de tu hijo y tu comodidad.

Digo esto para prepararte para la examinación de ti mismo, pero mi enfoque aún es positivo. Por más justa que sea cualquier autocrítica, no lo has hecho todo mal. Oro que la esperanza del regreso de tu hijo rebelde te despierte y te prepare para

  • Pagar cualquier precio
  • Apartar cualquier tiempo, y
  • Sufrir gozosamente cualquier humillación o fracaso personal a fin de que tu hijo perdido vuelva a casa.

Mantén estas tres prioridades mientras meditas y lees el resto de este escrito. La clave es afligirte. Nada de valor, mucho menos el regreso de tu hijo rebelde, se adquiere sin costo o sin dolor.

  • El costo: Te costará emocionalmente, y quizás económicamente, recuperar terreno perdido cuando tu hijo se ha rebelado. ¿Estás dispuesto a invertir en tu hijo o hija igual o más que en una propiedad o negocio?
  • El tiempo: Ganar el corazón del rebelde va a exigir de tu tiempo. Las horas podrían transcurrir en silencio mientras tratas de lograr que tu hijo te hable. Tu paciencia podría ser probada hasta lo último. Puede ser necesario dejar tu trabajo y el grupo de amigos de tu hijo por un tiempo de vacaciones. La eficiencia, a como la llamamos, no es relevante cuando se trata de ganar el corazón de tu hijo. Determina ahora apartar el tiempo.
  • La humillación: Esta obra de restauración te pedirá abnegación y llevar la cruz. Espero que estos conceptos no sean nuevos para ninguno, pero esta prueba podría resultar muy distinta con relación a cualquiera que hayas conocido. Descubre con diligencia en qué has errado y cómo puedes enmendarlo. Hazlo bien para que puedas ayudarle a tu hijo a hacerlo bien.

Un campo productivo

El primer campo misionero de los padres es su hogar, y es un campo productivo.

Mientras escribo estas palabras, tengo presente los rostros de los jóvenes que visitamos anoche en una casa de rehabilitación en la ciudad de Bogotá, Colombia. Al salir de ese hogar, el pastor que nos acompañó subrayó el contraste entre los rostros, un tanto inocentes, de esos jóvenes entre los doce y veinte años de edad, y las miradas vacías de los adultos en las instalaciones que habíamos visitado anteriormente. Los ministerios para los presos son mucho más exitosos cuando trabajan con delincuentes juveniles en vez de criminales recalcitrantes. ¡Los jóvenes pueden cambiar! No es tan fácil conducirlos a lo recto como a los hijos pequeños, pero aun con los jóvenes hay una esperanza real.

Resiste la tentación de decir: “Sí, pero ¡hemos hecho todo lo posible!” Esa explicación da a entender que no puedes mejorar. La verdad es que, si de alguna manera has perdido el corazón de tu hijo, puedes mejorar. La mayoría de los padres, aunque en el momento hicimos lo posible, con el paso del tiempo llegamos a entender que también nos hemos equivocado. Para algunos, los errores trajeron consigo consecuencias más graves que para otros. Los resultados negativos no siempre son proporcionales al error cometido. Cuando eres humilde, te das cuenta de lo que hiciste mal y también de lo que entendías mal.

Es prácticamente inevitable que algunos hijos lleguen a rebelarse; no porque cierto porcentaje de jóvenes esté destinado a perderse, sino porque el 100% de los padres somos imperfectos. Muy pocos tenemos la humildad de reconocer nuestros errores con sinceridad y apartar el tiempo, dinero y recursos emocionales necesarios para corregir lo que hayamos hecho mal. Sin embargo, los padres que están dispuestos a descubrir en cuáles áreas se han equivocado en la primera oportunidad tienen una gran posibilidad de éxito si se les da una segunda oportunidad. Por supuesto, esto es si están dispuestos a pagar el precio.

¿Por qué fallamos?

Algunos padres cristianos nunca recibieron instrucción sobre cómo criar a sus hijos; tampoco procuraron aprender. Quizá creían que la capacidad de criar a los hijos es algo innato, así como el amor de una madre. Por lo tanto, no sintieron la urgencia de buscar la sabiduría de las Escrituras acerca de la crianza de los hijos, ni el consejo de los que han criado bien a sus hijos.

Algunos padres que crían en buena sujeción a sus hijos pequeños se sorprenden cuando sus hijos se convierten en jóvenes rebeldes. No se les ocurre que quizás ellos mismos sean responsables por la manera en que sus jóvenes responden ahora. Para ellos, los hijos son hijos. Si pueden hacer que los hijos pequeños obedezcan de inmediato, ¿por qué no exigir lo mismo de los jóvenes? Si estos padres no reciben la ayuda que necesitan, pronto se convertirán en padres de hijos pródigos.

La idea de que la capacidad para criar a los hijos es algo innato y natural es una de las razones por las que fallamos. No ajustar nuestra relación a las fases transitorias de la niñez y la juventud es otra razón. Sin embargo, fallamos más a menudo porque no hemos vuelto nuestro corazón a nuestros hijos.

Volver el corazón

Volver el corazón, de la manera que Juan habla, significa entregar el corazón. El corazón es la esencia del ser, de manera que dar tu corazón significa entregarse a sí mismo. Ama a tus hijos con un afecto más que superficial.

Los hijos perciben de alguna manera si te tienen a ti o sencillamente tienen tus cosas. Las cosas como las sonrisas, las palabras de amor, los regalos, los abrazos y los privilegios, por importantes que sean, no pueden reemplazarte a ti. Inconscientemente miden la profundidad de tu amor según tu compromiso demostrado a través del sacrificio. El hijo convencido de que te tiene a ti te busca instintivamente. Dicha tendencia se manifiesta más por la lealtad del niño que por otra cosa. Cuando son desafiados, los hijos tienden a ser muy leales a los padres que les han entregado su corazón. Muchas veces su lealtad es evidente aun cuando también es evidente que no quieren ciertas restricciones.

Como padre o madre, debes aprovechar esa lealtad. Es un asunto de mayordomía. Pides sabiduría y buscas consejo, pero luego debes actuar. Cuando tus hijos responden con lealtad frente al compromiso tuyo, sé la estrella que los dirija hacia Dios. Para llevarlo a cabo, debes aprender cómo instruirlos, guiarlos, afirmarlos y disciplinarlos. Debes estudiar a tus hijos para aprender qué es lo mejor para cada uno en particular. Tus hijos lo valen. Cada hijo vale todo nuestro ser.

¿Será posible mejorar?

La rebeldía de un hijo o una hija es una llamada de atención para el sabio. De inmediato, el sabio supone que ha fallado en algún aspecto de la crianza de sus hijos y está pronto a confesarlo cuando se le llama la atención por sus faltas. Con todo, aun algunos sabios suponen equivocadamente que ya es muy tarde para volver a ganar el corazón de su hijo. “Solo Dios puede convertir el corazón del pecador”, piensan estos padres, “así que mi único recurso es la oración”. Qué bueno que despierten, y qué bueno que oren. Sin embargo, si creen que ya es muy tarde para hacer algo más, o si creen que deben dejarle a Dios toda la tarea, siguen fallando delante de Dios y defraudando a su hijo. ¿Cómo puedes poner en acción tus oraciones? O, mejor dicho, ¿cómo quiere Dios usar tus brazos y corazón de amor para contestar tus oraciones?

Cuando el joven resiste y aparenta no necesitar de tu ayuda, lo que realmente busca es acercarse. Sin embargo, desde nuestra perspectiva adulta, a menudo no vemos más allá de su rebeldía.

Los jóvenes tienden a sentirse vulnerables. Su rebeldía muchas veces es la súplica de un corazón que pide ayuda, aun cuando se expresa en forma de rechazo a los que pueden y quieren brindar ayuda.

Te toca actuar primero

Nota la secuencia en Lucas 1:17. El ministerio de Juan de volver el corazón de los hijos a sus padres llega después de su ministerio de volver el corazón de los padres a sus hijos.

El mensaje del arrepentimiento llegó a la raíz del árbol en su día (Mateo 3:10), y llega a la raíz del problema de la rebeldía que enfrentas ahora. Por lo tanto, ¿de qué deben arrepentirse los padres si desean volver su corazón a sus hijos?

¿Lágrimas de amor o de vergüenza?

Supongamos por un momento que únicamente ustedes, los padres y su hijo o hija rebelde, habitan esta tierra. Nadie sino Dios observa cómo actúa tu hijo. Por lo tanto, nadie saca conclusiones ni critica la crianza de tu hijo. No hay ningún otro ser humano observando, de manera que tu hijo no puede avergonzarte. En ese caso, ¿siempre correrían las lágrimas por tus mejillas? O ¿sentirías un cierto alivio? Es decir, ¿lloras por tu hijo rebelde o lloras por ti mismo? Tu hijo percibe la diferencia. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado” (2 Timoteo 2:15), no importa qué piensen o digan los demás. No es tan fácil humillar al padre que ya es humilde. Responde a la crítica con crecimiento personal.

¿Hay en ti algún orgullo del que tengas que arrepentirte?

¿Te comunicas en su nivel?

¿Te importan tanto las luchas de tus hijos como le importan a nuestro Padre celestial nuestras luchas? Cuántas veces tus temores y preocupaciones acerca del futuro han de parecer tan aniñados como el temor a la oscuridad de tu hijo pequeño. ¿Acaso Dios se ríe o voltea los ojos con desdén?

A los padres debe importarnos lo que a nuestro hijo le importa. ¿Te importa tu hijo? Eso quiere decir que también te importan sus temores, sueños, angustias y valores. No todos tienen una importancia en sí, pero nos importan porque son las llaves a su corazón.

Uno de los primeros pasos para enseñarle a tu hijo lo que es realmente importante consiste en darle importancia a él y a lo que a él le importa. Si has fallado en relacionarte con tu hijo pequeño conforme a su edad, ¿puedes aprender ahora a escuchar cuando habla tu joven rebelde? ¿Puedes ver los asuntos desde su punto de vista y discernir lo que realmente le molesta para que puedas ofrecerle, envuelta en afecto evidente, la ayuda que tanto necesita?

La condescendencia es un atributo de la humildad bíblica (Romanos 12:16). ¿Puedes llegar al nivel de tu hijo? Debes humillarte, pero sin actitud de superioridad. No te ajustes a su nivel de inmadurez, sino a su entendimiento.

¿Será que necesitas arrepentirte por una falta tuya en el campo de la comunicación?

Verificar la necesidad verdadera

Cabe mencionar aquí que el joven rebelde a quien se refiere este escrito es cualquiera que resienta o rechace la autoridad de sus padres, incluso el que deja su hogar en rebeldía.

“Como pecado de adivinación es la rebelión”, dijo el profeta Samuel (1 Samuel 15:23), pero la rebeldía juvenil a menudo es la reacción inmadura a los errores, reales o percibidos, de sus padres. Sea que el hijo perciba enojo o apatía, orgullo o impaciencia, la rebeldía quizá no esté dirigida contra los valores de sus padres. La rebeldía bien puede ser su forma de expresar su frustración frente a las faltas de sus padres. Esta verdad debe traerte esperanza y no un impulso a vivir en negación. Al fin y al cabo, si tú eres parte del problema, puedes hacer algo para resolverlo.

La rebeldía del adulto de la cual habla Samuel es el rechazo intencional o indiferente a la autoridad establecida por Dios. No hay tanta esperanza para ese tipo de rebelde como sí la hay para el jovencito reaccionario. Obviamente hay jóvenes que se rebelan como los adultos y hay adultos cuya rebeldía se debe, al menos en parte, a los asuntos no resueltos de su juventud. Al tratar con los jóvenes rebeldes, no debes achacarle rebeldía adulta al que no es completamente adulto. En muchos casos, podemos incluir entre estos “jóvenes” rebeldes a personas de hasta veinticinco años.

¿Será que necesitas arrepentirte de haber tratado a un joven como si fuera un adulto rebelde? ¿Quizás un joven que por tu causa se ha sentido frustrado?

El enojo

Cada una de las situaciones ya mencionadas te pueden tentar al enojo. Enojo contra tu hijo. Enojo porque se rebela. Enojo porque te avergüenza. Enojo por la inmadurez que percibes. También podrías sentirte frustrado porque no logras hacerle ver lo que realmente importa.

Sea que la culpa recaiga sobre él, sobre ti o ambos, multiplicas el daño si permites que esas faltas te enojen. “La ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20).

Parece que Dios entiende, permite y hasta apoya lo que a veces llamamos “indignación justificada”. Los hijos deben poder ver, por ejemplo, alguna reacción en nuestra respuesta al pecado y la injusticia. Pero es indispensable que no nos vean enojados contra ellos. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Efesios 4:26-27).

Tal como se puede ver en estos versículos, 1) albergar sentimientos de enojo es caminar por una tabla resbaladiza que conduce al pecado. 2) Es necesario imponer un límite de tiempo al enojo. Arregla las cuentas con Dios y otros antes de que termine el día. 3) El enojo es explosivo, y si no se controla, da lugar al diablo mismo. El hecho de que la ira no puede obrar la justicia de Dios quizá sugiere que es la emoción que, cuando expresada, destruye más rápida y completamente la obra justa de Dios.

Padre, el enojo desenfrenado es destructivo. ¿Será que debes arrepentirte del enojo?

Otras faltas

Si bien las faltas antes mencionadas son las más importantes o las más comunes, no son las únicas razones que pueden causar el extravío de los hijos.

  • ¿Estabas muy ocupado? Criar a los hijos exige tiempo; tiempo que se podría pasar en actividades más divertidas, en atender negocios o hasta en actividades espirituales como la evangelización.
  • ¿No ha habido tiempo para criar a los hijos? Probablemente se deba a que tienes prioridades equivocadas y, en ese caso, debes arrepentirte. Tu prioridad número uno debe ser una relación personal con Dios. Luego debes asegurarte de que la relación con tu esposa sea sana y viva. Luego vienen los hijos, mucho antes del placer, recreo, negocio o incluso la actividad evangelística u otra actividad espiritual que te parece urgente.
  • Si disciplinabas de manera abusiva, tienes de qué arrepentirte.
  • Si bien debes enseñar principios de moralidad bíblica, insistir en cierto marco de conducta tiene un efecto contraproducente. ¿Será que insistías tanto en exigir cierto comportamiento que pasaste por alto al niño mismo? ¿Podía tu hijo sentir que la moralidad bíblica es buena para él, y glorifica a Dios? O ¿exigías conformidad a un molde para tu propia conveniencia? ¿Debes arrepentirte de ser un moralista que no ha enseñado la verdadera moralidad bíblica?
  • La permisividad es el otro extremo. La necedad es innata en los niños y debe ser alejada por medio de la disciplina (Proverbios 22:15). ¿Será que debes arrepentirte de ser permisivo?
  • La inconstancia frustra a los niños. Muchas veces los padres son culpables de ambas faltas. Por ratos, una actitud permisiva; luego un enfoque en la moralidad, como para compensar por la permisividad. Existen innumerables maneras de ser inconstantes. Los niños necesitan límites firmes y bíblicos, exigidos siempre de manera justa y con amor.
  • Si te has afanado por mantener una fachada frente al público o la iglesia, y no por criar a tus hijos para la gloria de Dios y para su propio bienestar, debes arrepentirte de tu hipocresía.
  • El favoritismo le hace daño tanto al favorecido como al desfavorecido. Tendrás que arrepentirte por las veces en que no hayas sido justo o no hayas tratado a tus hijos con igualdad, conforme a la justicia de Dios.

Confiesa tus ofensas

El hijo rebelde difícilmente se arrepentirá de su pecado hasta que el arrepentimiento de sus padres resulte evidente por medio de una confesión adecuada.

Toma tiempo para orar y ayunar por tu hijo o hija rebelde, pero que sea tu objetivo entender tus propios errores. Quizá quieras enumerar cualquiera de las faltas antes mencionadas junto con otras que el Señor traiga a tu mente. Luego considera con cuidado cuándo y cómo te acercarás a tu hijo o hija para hacer tu confesión. Debes especificar tus faltas por medio de mencionar ejemplos. Comprométete a cambiar y dile qué cosas harás que no hacías, y los errores que ya no seguirás cometiendo. Y luego, humildemente, pídele perdón… Pídele también su ayuda para cambiar.

Ejemplo:

He estado muy ocupado y no he dedicado tiempo para ti. Mi negocio —o ministerio—, me robó tiempo contigo y me robó el amor que te debo. Me siento muy mal al pensar en la vez que te dejé llorando y me fui a la reunión de la junta directiva de la escuela. (Asegúrate de que entienda a cuál ocasión te refieres). Me arrepiento. Dios me ha dado un amor verdadero por ti y el deseo de ser el padre —o la madre— que necesitas. Te pido que me perdones…

¿Cuándo quieres hacer una caminata (u otra actividad que a tu hijo le gusta o que te permitirá hacer con él)?

No copies este ejemplo. Escribe tu propia confesión de orgullo, enojo, inconstancia, permisividad, falta de comunicación o cualquier otra área donde hayas fallado. Sin embargo, no leas tu confesión, sino dila de manera que demuestre que lo sientes profundamente.

El padre disciplinado que disciplina

Cumple con esa caminata por el bosque o cualquier actividad que te comprometas a hacer como parte de tu arrepentimiento y cambio. Programa tus actividades de manera que puedas invertir tiempo a solas con tu hijo sin distracciones: tiempo para hacer lo que a él le gusta, y luego un tiempo tranquilo para hablar de manera constructiva, estudiar la Biblia, orar y quizás hasta llorar. Es posible que llevarlo contigo a un viaje u otra actividad también cumpla con el propósito que estamos viendo. Aparta el tiempo, haz el esfuerzo y paga lo que cueste para que el proyecto sea eficaz. Sin embargo, si tu hijo capta que hay otras cosas que quisieras estar haciendo, o si la comunicación se vuelve tensa, el viaje podría resultar muy largo y hasta contraproducente.

No esperes ver un cambio inmediato en tu hijo. Hay que reconstruir la confianza… No solamente te toca el primer intento; si falla el primero, te tocará también el segundo, tercer y cuarto intento. Cuando el hijo o la hija observa el cambio verdadero en ti junto con la perseverancia de tu amor, tendrá un motivo poderoso para hacer su parte.

Jesús nos manda sacar primero la viga de nuestro propio ojo, así podemos ver bien “para sacar la paja que está en el ojo” de tu hijo rebelde (Lucas 6:42).

Sacar la paja y aclarar la vista de tu hijo requiere disciplina. Pero tiene que ser administrada por la mano de padres bajo disciplina. Los padres que han criado a un rebelde necesitan que otro les ayude, y tanto más si la rebeldía ha llegado al punto de que el hijo se ha ido de la casa. Los padres quizá tengan que disciplinarse hasta el punto de buscar a alguien que los pueda aconsejar; alguien a quien rendirle cuentas.

En la mayoría de los casos, los mentores no deben ni pueden sustituir a los padres. Sin embargo, en ocasiones resulta necesario que el hijo rebelde viva en otro hogar o que le rinda cuentas a otros que no sean sus padres. En muchos casos, el hijo que se ha rebelado al punto de dejar su casa necesitará relacionarse con otros hasta que tanto él como sus padres reciban la ayuda necesaria y puedan relacionarse de manera constructiva.

Sin embargo, normalmente no es necesario sustituir a los padres si estos reconocen sus faltas, se humillan en arrepentimiento y confesión, y luego deciden por iniciativa propia 13 rendirle cuentas a la hermandad. A veces los mentores tendrán que hablar con los padres y el hijo por separado, y otras veces tendrán que hacerlo juntos. Durante el tiempo de restauración, los padres tendrán que estar dispuestos a someter su perspectiva a la del mentor.

Como ya sugerí al principio, si tu hijo es rebelde, todo lo que he dicho acerca de las faltas de los padres no sugiere que 1) eres un fracaso, 2) el rebelde está en lo correcto, o 3) que a otro no le hubiera sucedido. En realidad, con confianza les digo a los padres que se vuelvan primero porque sé que todos somos humanos y todos hemos cometido errores. Todos necesitamos confesar nuestras faltas unos a otros (Santiago 5:16). Por otra parte, debido a las circunstancias, la confesión de los padres del rebelde puede tener un impacto mayor que el de muchas otras confesiones.

Amor incondicional

Tu hijo necesita de tu amor incondicional. El amor de los amigos falsos es muy condicional. Compara el amor de los amigos del hijo pródigo en el relato bíblico con el amor del padre. Los amigos se habían desaparecido cuando el hijo terminó entre unos cerdos que se alimentaban mejor que el hijo mismo. Pero fue en esas condiciones que el hijo recordó el amor del padre.

El amor incondicional no pasa por alto el pecado y la rebeldía, sino que muestra amor en medio de la corrección y trata con el hijo rebelde de manera redentora, sin importar cuán irrespetuoso o ingrato sea el hijo.

El amor incondicional responde al pecado y la rebeldía con tristeza en lugar de asombro. El enojo contra el pecado es apropiado siempre y cuando no esté dirigido contra la persona del pecador, mucho menos contra el pecador penitente que confiesa su pecado.

Sin embargo, somos humanos. ¿Cómo podemos comunicar amor cuando un joven hace un berrinche? ¿Cómo lo mostramos cuando él o ella toma decisiones terribles, insiste en su necedad o persiste en los hábitos destructivos?

¿Cómo enfrenta el amor incondicional la “mala química” entre padres e hijos? Me refiero a esa costumbre de reaccionar el uno en contra del otro en lugar de responder el uno al otro, hasta el punto en que el joven sabe cómo irritar a sus padres y a veces hasta lo hace a propósito?

Las buenas respuestas a estas preguntas pueden ser tan variadas como lo son nuestras personalidades y circunstancias. El amor incondicional tiene que existir en el corazón antes de que pueda expresarse en la vida. El amor tiene que provenir de Dios para que sea incondicional. Tiene que ser santo tal como él es santo para que sea un amor real y manifiesto que no entra en negociaciones con el pecado.

Piensa en la manera en que Jesús les mostró amor a los pecadores más depravados y vergonzosos, a los endemoniados, a sus discípulos quienes no podían comprender sus lecciones y a veces repetían sus errores, a los líderes religiosos que lo difamaban y perseguían y a los que al fin lo traicionaron, negaron y crucificaron.

Luego piensa en la manera en que tú puedes mostrarle amor a tu hijo o hija en medio de las peores circunstancias. Mantén en la mira el concepto del amor incondicional, conforme nuestro santo Redentor, mientras respondes a las situaciones, y luego ora que Dios te dé gracia para apegarte a él, cueste lo que cueste.

El que se ha ido

En el caso del que sale del hogar, no escatimes tiempo, esfuerzos, dinero o ingenio — incluso la ayuda de la policía si es un menor de edad— para recuperarlo. Recuerda que, aunque el joven resiste tu ayuda, realmente la desea. Quizá te haya dado la espalda, pero necesita —y en lo profundo de su corazón desea— tu abrazo.

Cuando un joven finalmente sale de la casa, la resistencia está bien arraigada en su corazón. Debes entender que es muy probable que responda con resistencia a tus primeros intentos de acercamiento. A estas alturas, amar resulta increíblemente doloroso y se hace necesario responder de manera madura y disciplinada, pero no debes darte por vencido.

La disciplina —sea la autodisciplina tuya o la necesidad del hijo de recibir disciplina— no debe ser vista como algo negativo. La introspección, autocrítica, confesión y sumisión —es decir, el reconocer que has fallado— no es un fin en sí. Más bien, estás en desarrollo. Dios te está disciplinando y de esa manera te capacita para que le ayudes a tu hijo o hija; su única esperanza es recibir, quizá de tu mano, la disciplina que tanto necesita.

Sea que tu hijo la reciba de ti, de la ley o de alguna otra fuente, enséñale que la disciplina es una ayuda. Muéstrale que toda disciplina proviene de Dios, sin importar cuál instrumento la administre.

Enséñale a ver la disciplina como un paquete. La disciplina incluye orden y horario, los cuales nos ayudan a vivir con propósito y utilizar bien el tiempo. La disciplina es un estándar de actitudes y conducta al que nos comprometemos y por el cual nos ayudamos unos a otros a vivir una vida ordenada. Asimismo, el pródigo que ha regresado —sea voluntariamente o por medidas firmes— necesita la disciplina para poner orden en su caos. En su vida aparecerán nuevas restricciones como la supervisión constante, límites y responsabilidad por todos sus gastos, una revisión y evaluación integral de lo que posee, incluso la música, la computadora, la literatura y el automóvil, cuando se le pueden confiar estas cosas. Hay que exigir una frecuente rendición de cuentas con respecto al uso de sus pertenencias. Igual habrá límites estrictos con respecto a sus compañeros y supervisión de los ratos que pase con ellos.

A menudo conviene que los padres del hijo que ha dejado el hogar también se sometan a ciertas restricciones y sigan las directrices de un mentor. Cuando el padre y la madre deciden someterse a una autoridad y esforzarse por desarrollar nuevos y mejores hábitos de vida y relaciones, el hijo rebelde observa un ejemplo que puede valorar y seguir.

La disciplina sirve cuando es administrada en amor. Los jóvenes pueden cambiar. Los jóvenes pueden crecer extraordinariamente. Tu hijo rebelde puede llegar a ser cristiano, un ciudadano responsable y un siervo fiel en el reino de Dios. Tendrá que decidir qué clase de persona desea ser y luego aferrarse a ese estándar. Que lo logre o no dependerá en gran parte de tu disciplina amorosa, tu ejemplo de autodisciplina y tu manera de responder a cualquier ayuda que te ofrezcan en este punto crítico de tu vida.

Retos específicos de la adopción

Las dificultades relacionadas con la adopción se deben considerar solamente si están presentes y son parte del problema: 1) Si persisten dudas acerca del apego de tu hijo adoptado, 2) Si él o ella cree que sus problemas se deben a la adopción o 3) Si la actitud de tu círculo de amigos, familiares y otros comunica la idea de que el joven no es “hijo propio”.

Si tu hijo adoptado se vuelve rebelde o sale de la casa, es probable que al menos uno de estos puntos sea parte del conflicto interno que vive. En ese caso, debemos modificar ligeramente lo dicho anteriormente para ajustarnos a los retos propios de la adopción. Los puntos mencionados probablemente no sean los únicos problemas que el joven enfrente, pero sí merecen consideración especial.

Cabe suponer que los padres de un hijo adoptado llevan menos responsabilidad por la rebeldía de su hijo que los padres del hijo biológico rebelde. Ahora, los factores relacionados a la adopción que notamos anteriormente no tienen que causar rebeldía. Sin embargo, es posible que contribuyan a causar rebeldía en un niño que no haya aprendido a aceptar las circunstancias de su adopción.

El niño que, al momento de su adopción, tenía edad suficiente como para sufrir la ruptura de los vínculos naturales y la subsecuente dificultad de desarrollar un apego con sus nuevos padres puede verse inclinado a la amargura. Si no ha sido condicionado de manera consecuente para entender que su integración a una familia por medio de la adopción es tan legítima como lo es la integración por medio del nacimiento, es posible que se sienta inferior. Por otra parte, si hay entre el círculo de amigos y familiares algunos que lo tratan como un caso especial, es posible que el hijo adoptado no sienta igualdad con los demás miembros de la familia, lo cual es perjudicial. Dicha condición y percepción de igualdad es importantísima.

Por inocentes que sean los padres del hijo adoptado rebelde que ha dejado el hogar, siempre necesitan ayuda y entendimiento. Probablemente sean inocentes porque hicieron lo que podían según su entendimiento, pero eso no significa que hayan entendido bien su responsabilidad. Como ya se ha mencionado, todos los padres somos imperfectos. Y me refiero a padres biológicos o adoptivos con hijos rebeldes o sumisos. Todos necesitamos de la ayuda y el entendimiento de los demás.

Quizá no hayas entendido cuán crucial es pasar tiempo con tu hijo adoptado y desarrollar de manera consciente el apego que, en el caso de los hijos biológicos, se desarrolla de manera natural. Si tienes una segunda oportunidad, querrás hacer un esfuerzo consciente por desarrollar dicho apego, pero de maneras sutiles. Debes hacer las cosas que haces con todos los hijos, pero quizás hacerlas aun más. Querrás dar prioridad a las actividades normales y rutinarias de la vida que incluyen estar, trabajar y jugar junto con el hijo adoptado.

Existe la tendencia entre hijos adoptados de culpar la adopción por sus problemas. Cuando esto los conduce a rebelarse, puede ser que se rebelen en contra de la adopción más que en contra de los padres. En un ambiente quieto y confidencial, procura ayudarle a tu hijo a identificar sus problemas. Luego explícale que tú, que no fuiste adoptado, has enfrentado los mismos problemas o tendencias. Si no los has enfrentado o si eres adoptado, sin duda podrás mencionar a otras personas no adoptadas que enfrentaron las mismas dificultades. No es importante usar ejemplos de personas victoriosas únicamente. Lo que deseas ayudarle a entender es que “no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana” (1 Corintios 10:13).

Si no lo has hecho antes, debes hacerle ver a tu hijo que unirse a una familia por medio de la adopción es tan legítimo como hacerlo por medio del nacimiento. Dios permitió las circunstancias que lo dejaron sin hogar como parte de un plan para colocarlo en el hogar en que está. Aceptamos este hecho de manera tan natural como aceptamos cada embarazo y el nacimiento que sigue.

Si otros han hecho sentir a tu hijo que es un caso especial, que no lo han tratado justamente, o que es una carga innecesaria, no eres tú quien está ofendiendo a un pequeño, sino otros. Sin embargo, siempre te encuentras ante un desafío relacionado con la adopción que cabe anticipar cuando se decide adoptar.

Pocos sucesos atraen tanto la interferencia de terceros en los asuntos familiares como los casos de adopción. Por lo general, si como padre o madre le das al intruso una pequeña explicación y, con discreción, le pides que deje a las personas indicadas enfrentar los retos especiales, el problema se resuelve. De lo contrario, es posible que debas tomar medidas para alejar al intruso del niño.

En caso de que tu hijo adoptado dude de que lo estás tratando de manera justa, puede ser de mucha ayuda señalar que las mismas reglas aplican a todos los hijos de la familia. Los castigos y estímulos son consecuentes. Probablemente, cuando recién había llegado al hogar, fue necesario darle cierto margen, pero probablemente no sea de ayuda mencionarlo ahora. Solamente quieres que sepa que es parte de la familia, que sobre él pesan las mismas responsabilidades y que le toca rendir cuentas al igual que los demás.

Y si tu hijo está bajo la impresión de que es una carga extra, pregúntale si eres tú quien le ha causado esa impresión. Puede ser de ayuda si le haces ver con honradez que la adopción sí es una carga especial. Requiere paciencia, entendimiento, más sabiduría que la que tienes y la gracia de Dios. Tal vez haya significado una carga económica mayor que la que conlleva un nacimiento, y requiere más recursos emocionales que casi cualquier otra misión. Pero es lo que esperabas y decidiste hacerlo. Sabías también que enfrentarías algunas pruebas que podrías anticipar, pero estabas convencido de que Dios te dirigía y, por lo tanto, diste el paso en fe. Es más, no lamentas haberlo hecho. Has llegado a amarlo y, dada la oportunidad, volverías a hacerlo.

Ahora, si tu hijo adoptado se ha rebelado, es posible que enfrentes otra lucha: una punzante sensación de fracaso. Escogiste a este hijo. Esperabas marcar su vida de manera positiva, pero ahora parece que no funcionó.

Al menos no funcionó el primer intento. A través de este escrito he tratado de proyectar un rayo de esperanza. Esa rebeldía juvenil no es el fin del camino; es tu llamado a despertar. Las vidas tan jóvenes pueden cambiar. Y en el caso del rebelde adoptado, ganar su corazón puede ser tan sencillo como desarrollar una comprensión de algunos de los asuntos básicos de la adopción que no entendiste en el pasado y corregir esos errores en tu relación con él.

La disciplina firme antes prescrita para el rebelde puede ser necesaria, en esencia, también para el rebelde adoptado. Sin embargo, procura primero lograr un cambio por medio de enfrentar de manera cuidadosa y redentora los desafíos propios de la adopción. Si tu hijo no ha gozado las bendiciones de ser hijo y pertenecer a una familia, sin duda podrás tocar su vida poderosamente si le ayudas a entender y recibir esas bendiciones.

Sin embargo, si la rebeldía surge de asuntos ajenos a la adopción, puede ser necesario aplicar “en esencia” la ayuda disciplinaria. Cuando digo “en esencia” me refiero a que aplicas las medidas disciplinarias tomando en cuenta cualquier desafío relacionado con la adopción que aún interfiera. Si la rebeldía del hijo surge de asuntos más allá que los desafíos propios de la adopción, es probable que necesites un mentor para ti mismo. Ten cuidado de no hacer excusas, ni para ti ni para tu hijo rebelde, con respecto a los estándares de responsabilidad y rendición de cuentas sostenidos por Dios. Al contrario, tanto padres como el hijo rebelde deben buscar la ayuda que necesitan para “volver” el corazón.

Persevera

“Corrige a tu hijo, y te dará descanso” (Proverbios 29:17). Esta exhortación la encontramos en el contexto de criar hijos pequeños, pues se hace necesaria la corrección de la naturaleza innata pecaminosa. Sin embargo, es igual de necesario corregir el camino errado que el jovencito haya escogido o el daño que tú le hayas causado en ignorancia. Habrá descanso en cualquier etapa de la vida cuando el hijo recibe y acepta la corrección que necesita. Pero hablando del descanso, no te relajes muy pronto. Si el hijo responde bien, no continúes tratándolo como un rebelde. Sin embargo, debes estar consciente de que el hijo probablemente ha vivido con rebeldía en su vida por más tiempo de lo que te imaginabas. Quizá necesite más o menos el mismo lapso de tiempo para superar las tendencias malas y reacciones torcidas.

Cuando tus hijos lleguen a ser más independientes, busquen empleos, se casen o dejen el hogar, desearás mantener cierto contacto según sea la relación. Con algunos, puede pasar más tiempo entre visitas y comunicación profunda de corazón a corazón. No dejes que transcurra mucho tiempo sin contacto con cualquiera que haya experimentado una juventud turbulenta, al menos no al principio. Has invertido mucho en rehabilitarlo. Sí, tu lo has hecho; de lo contrario es muy probable que se hubiera perdido. Ahora invierte mucho en mantener esa nueva relación, felicitándolo por su madurez en Cristo y animándolo a seguir adelante.

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El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.

2. Pródigo significa derrochador, despilfarrador. Sin embargo, en este escrito se usa para referirse al hijo rebelde o descarriado, en alusión al hijo de la parábola en Lucas.

Details
Language
Español
Number of Pages
20
Author
Dallas Witmer
Publisher
Maná Digital
Topics

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